La joven de las naranjas
Cada vez con mayor frecuencia utilizábamos el pronombre
“nosotros”. Es una palabra curiosa. Mañana voy a hacer tal cosa, se dice. O se
pregunta al otro: ¿qué vas a hacer “tú”? Eso es lógico y fácil de entender.
Pero de repente decimos “nosotros”, y con la mayor naturalidad. “¿Vamos en
barco hasta las Langoyene a nadar?” “¿O nos quedamos en casa leyendo?” “Nos ha
gustado esta obra de teatro, ¿verdad?” Y un día: “¡Somos felices!”.
Al usar el pronombre “nosotros”
ponemos a dos personas detrás de una acción común, casi como si tratara de un
solo ser compuesto. En muchas lenguas se emplea un pronombre específico cuando
se trata de dos –y sólo dos– personas. Ese pronombre se denomina dualis o dual, que significa “lo que es
compartido por dos”. Me parece un pronombre muy útil, porque a veces no se es
ni uno ni muchos. Se es “nosotros dos”, como si ese nosotros no pudiera
partirse. Entran en funcionamiento unas reglas maravillosas cuando de repente
se introduce ese pronombre, casi como por arte de magia. “Vamos a hacer la
cena.” “Vamos a abrir una botella de vino.” “Vamos a dormir.” ¿Acaso no resulta
casi un descaro hablar así? Al menos es completamente distinto a decir: “ahora
tienes que coger al autobús e irte a casa, porque yo me voy a dormir”.
Al emplear el dualis introducimos unas reglas completamente nuevas. “¡Vamos a dar
un paseo!” Así de sencillo, Georg, nada más que cinco palabras, que, sin
embargo, describen un proceso cargado de contenido y que interviene
profundamente en la vida de dos seres sobre la Tierra. Y no sólo se trata de
ahorro en número de palabras, sino también de un ahorro energético. “¡Vamos a
darnos una ducha!”, decía Verónica. “¡Vamos a comer!” “¡Vamos a dormir!” Cuando
se habla así no se necesita más que una sola ducha, cocina o cama.
Ese nuevo empleo del pronombre y de la
forma del verbo me impactó. “Nosotros”, era cono si se hubiera cerrado el
círculo. Era como si el mundo entero se hubiera fundido en una unidad superior.
Jostein Gaarder
Traducción del noruego de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Fotografía: Stephen Matera. National Geographic