Semillas y Garabatos


 

¿Qué sentido tiene la luz del día si no el de reflejar un amanecer interior?

 Henry David Thoreau


Cuando un autor se propone ser realista y retratar las cosas, personas y sucesos como son, debería estar dispuesto a rebasar las apariencias de sobra cartografiadas por la rutina convencional, y a buscar, en cambio, una realidad más amplia, que incluya, sí, lo próximo y conocido, pero también y sobre todo los territorios inexplorados de la sensibilidad y el pensamiento; de otro modo, se engaña a sí mismo de una manera cruel y obtiene su sitio en los anales del ridículo. 

       El realismo dogmático, enfocado en lo físico y visible, numerable y numerado, es decir lo que más común y tal vez equívocamente ha sido denominado realismo, propone un artificio constituido por las enfermedades espirituales que los seres humanos se han autoinducido al declararse enemigos de la naturaleza, que tiende en todo momento hacia la perfección y la búsqueda de lo mejor.

La tarea de la literatura es la realidad de la naturaleza, no los impuestos anatemas de un grupo de seres que parecen creerse condenados a destruir todo cuanto los rodea, con la misma imbecilidad idólatra con que Ahab persigue y ataca el sentido de la vida. El realismo como dogma que persigue la ruindad, una evidente y rompible falacia, es la adoración fanática de una abstracción: el destino fijado, puesto que lo natural en el universo es el cambio, el crecimiento, el movimiento y la transformación.

Así, quienes insisten en poner diques a las mareas del cosmos en perpetua expansión liberadora son los peores enemigos de la realidad natural de las cosas que existen en el tiempo y marchan hacia la eternidad. Pretender establecer reglas realistas para los protagonistas del cosmos es como adoquinar un bosque. No solamente es destructivo y vil sino además inútil: porque las raíces de lo que busca la luz romperán siempre todo panteón de oscuridad por pétreo que aspire a considerarse.

El realismo dogmático es una gangrena del lenguaje, pues se manifiesta como incapacidad de convivir en más de una estancia de la imaginación moral y persistentemente creadora. Mientras el lenguaje puede imaginarse como el hermano gemelo del universo; es más, como la capacidad del universo de hacerse responsable de sí mismo (contándose, pensándose mediante símbolos y poesía), ese torpe realismo abstracto es como un cráter de materia oscura que pretende devorar poco a poco toda senda y toda travesía; una asfixia que tiende a hacerse cada vez más terrible y que impide ver la amplísima realidad de cuanto es, existe, respira, late y se comunica allende las apariencias.  

Esta clase de realismo ulcera las capacidades de la imaginación dentro de las formas artísticas, que son las traducciones más inmediatas de la vida consciente. Al escribir, puede manifestarse como idolatría de esclavitudes. En un sentido sociológico, es el código lingüístico de suma predilección por parte de los amos del mundo, los explotadores, esclavistas, asesinos y todos sus secuaces y sirvientes, estos últimos llamados burgueses, quienes sin ostentar el poder de los jerarcas, insisten en autodomesticarse mediante los modos de conducta que estos imponen. En sentido filosófico (o más bien antifilosófico, es decir sin sed alguna de verdad o conocimiento), ese realismo se manifiesta como religión de la nada: nihilismo, amalgama de ignorancia, ruindad y, en resumen, pútrida y ciega adoración del mal.


La verdadera realidad es la del corazón de quienes no dejan de buscar e insistir en las posibilidades de la compasión y la libertad. La energía ética de quienes, sin importar cuántas veces han sido explotados, prostituidos, traicionados, engañados, pisoteados, asesinados en la realidad, siguen rematadamente reacios a abandonar la locura del pensamiento y de la rebelión de crear.

Dentro de esta rebelión, adquieren fuerza la denuncia y la protesta de todo cuanto destruye la vida mediante una deflagración de los significados sagrados de la naturaleza. Pero el poeta debe abrir mucho los ojos para conocer cuándo su labor es una batalla contra la opresión de todos los imperios absurdos y cuándo pasa a ser una fácil reproducción colaboracionista con el avance de esos imperios. La señal más factible está en las palabras mismas, ya que no podemos olvidar que el interior de un idioma es y debe ser infinito cuando se trata de derrumbar poderes vanos.

Si un autor considera que ha rebasado los límites de lo permisible o demostrable es que ha comenzado a adoquinar su bosque y está a punto de caer en la trampa de la doctrina del realismo; si un autor se encuentra con la materia oscura y con los poderosos ejércitos del imperio de la nada y cree que la única manera de sobrevivir ante ellos es aprender a reproducir su idioma, es ya una presa ganada, un adepto.

En cambio, si enloquece y considera que no tiene por qué detenerse en los vocabularios conocidos, y pierde el miedo por la fantasía y la metáfora y el símbolo, puede sentirse por ahora despierto; y si ante los esbirros enemigos aprende no a reproducir sino a decodificar y minar el código pernicioso en que radica su poder, alterándolo y rompiéndolo en mil pedazos, o reduciéndolo a vacua pólvora mojada, puede contar con que su moral está madurando, sus ojos todavía sanos y su inteligencia provista para el siguiente viaje.

La imaginación es un alfabeto improbable y posible que sólo accede a ser reconocido y utilizado por quienes están heridos, rotos y despedazados por los engranajes del poder del mundo. Ahí, entre esos engranajes de violencia, mientras corre la sangre de nuestras ilusiones quemadas, burladas y atropelladas por toda clase de realidades aparentes; mientras el jerarca y el burgués se regodean con el espectáculo mil veces reproducido de nuestra miseria, aparece la realidad auténtica del ser humano a fondo que intenta espabilarse y cambiar.

Vivir intensamente la injusticia desdobla y estira su código lingüístico, comenzamos a hablar una lengua nueva, llena de soledades ondulantes y silenciosas como montañas que acallan la furia de las carcajadas de la nada. Este nuevo idioma rebasa la injusticia, no le sirve de espejo ni se adhiere a su trono; siembra en tierra nueva una raíz que había sido dada por muerta.        

La realidad, como capacidad imaginada del lenguaje, no es solamente lo visible y el presente, sino también lo invisible, el pasado y el futuro, que nos envían mensajes a cada instante. Así, el sufrimiento de quienes nos procrearon y formaron y el amor de quienes nos protegen desde la muerte, son también parte de nuestra historia, de hoy y, sobre todo, de mañana. Y los verdaderos rebeldes deben comprender que, si su vida está hoy marcada por la desgracia y el más oscuro dolor, la valentía de su sacrificio, y su lucidez e inteligencia puestos al servicio de un arte útil y noble, pueden transformarse en el cimiento de la dignidad de la vida del futuro. Una vida germinal de palabras nunca antes vistas.

Nuestra vida, con su rutina oscura, sus pesares y desesperación, puede no ser más que una huella esencial tímidamente tatuada sobre el sendero de la transformación del universo en una sencilla y única flor de última y eterna luz cuya aurora no alcanzamos sino a intuir desde el naufragio del tiempo. 

                                                                                                  S. P. Lorenzo


 

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